Actividad 3


El mundo educa

Todos los países del mundo coinciden en la necesidad de un sistema educativo para sus ciudadanos. Sin embargo, no todos están de acuerdo con las características que ese sistema debería tener. Algunos se centran en formar a los profesores, otros en ofrecer una enseñanza personalizada o fomentar el aprendizaje autónomo, otros insisten en la introducción de las TIC en el aula, etc. Algunos tienen mucho éxito y otros no tanto. Vamos a repasar algunas características llamativas de varios sistemas educativos. 

Cuando hablamos de sistemas educativos, sobre todo si nos referimos a una educación exitosa, el primer país que nos viene a la mente es, sin duda, Finlandia. Dedica un 12, 34% de su gasto público a la educación y eso se traduce en buenos resultados y un prestigio internacional. Esa inversión supone poder ofrecer una educación gratuita en todos los niveles, siendo hasta los libros de texto gratuitos. Además, los niños pasan solo 5 horas en clase y no tienen deberes. En las evaluaciones PISA este es el sistema que mejor puntuación obtiene, de entre los sistemas de educación occidentales. 

El éxito de Corea del Sur, por otro lado, se debe a una disciplina estricta y al sobreesfuerzo de los estudiantes que tras una larga jornada escolar se ven inmersos en el estudio el resto del día en academias particulares privadas. 

Las nuevas tecnologías dominan el aula en Japón y Holanda, donde además se persigue conseguir que el alumno aprenda de manera autónoma. Algo que llama la atención de la escuela japonesa es que el orden depende de los propios niños, quienes se encargan de su limpieza. También resulta llamativa la excedencia de la que puede disponer una madre en Japón – hasta tres años. Japón encabeza los listados PISA 2019. En Holanda, por otro lado, un país de amplia diversidad cultural, nos encontramos con un sistema que promueve el aprendizaje fuera del aula. 

El sistema canadiense en estructura se parece mucho al sistema español, pero en los informes PISA Canadá se sitúa en los primeros puestos. Su sistema, sin embargo, no se define como academicista, sino como un sistema práctico. Tampoco cuentan con un sistema de funcionariado público a la española, sino que cada centro decide qué profesores contratar en función de sus necesidades. 

En Singapur nos encontramos con un sistema que valora a sus profesores y que invierte en ellos siendo consciente de que son ellos los que pueden marcar una línea de cambio y mejora en las generaciones futuras. 

Podemos nombrar más países que apuestan por mejorar su sistema y ofrecer excelencia – en Reino Unido escuchamos que se apuesta por la innovación, mientras que Rusia ha creado un sistema estatal que puede modificarse hasta cierto punto por cada centro, Estonia favorece que los alumnos elijan aquello que más les gusta desde una temprana edad, etc. 

Entonces, ¿cuáles son los ingredientes del éxito? ¿Qué sistema es el mejor? ¿Qué debemos cambiar del sistema educativo español para mejorar? ¿Deberíamos fomentar el aprendizaje autónomo como en Holanda? ¿No mandar deberes siguiendo el ejemplo de nuestros vecinos del norte es la solución?

En mi opinión, cada país necesita crear un sistema educativo que se adapte a su modelo socio-cultural y económico. Es imposible pensar en copiar las características de un sistema exitoso de otro país sin pensar en la sociedad. En España el sistema educativo ha sido el foco de los políticos durante los últimos años cambiando leyes cada dos por tres para intentar buscar la fórmula que realmente acabe con el gran problema – el fracaso y el abandono escolar. Sin embargo, aunque hay mejoras significativas, el problema sigue ahí. Ahora bien, ¿qué es lo que falla? En vez de comparar el sistema en sí, en vez de centrarnos en comparar las horas de clase, la cantidad de deberes, las asignaturas, etc., veamos una comparativa de los demás factores mencionados en este post: 

España dedica un 4, 24% (2017) del PIB a la educación, siendo uno de los países que menos invierte en educación de Europa. La educación es pública, pero los libros de texto que se utilizan son caros y cambian cada año, con lo cual las familias se ven obligadas a hacer un gran esfuerzo económico con el comienzo de cada curso. El sistema es academicista, se centra en enseñar a la antigua – el profesor explicando en la pizarra y los niños subrayando en el libro. El horario laboral así como las cortas bajas de maternidad y paternidad suponen la inexistencia de la conciliación y la necesidad de un horario extenso para la clases, puesto que las escuelas actúan en gran manera como guarderías. El sistema de funcionariado público supone que los centros no puedan elegir a los profesores y que tampoco tengan una plantilla fija cada curso. Los profesores no se valoran mucho por la sociedad (lo hemos visto durante este confinamiento muy claramente). Y un largo etcétera. 

Concluyo diciendo que la visión que tenemos de la educación y la escuela tiene que cambiar en lo más profundo de nuestra cultura y sociedad. Nuestro sistema económico debería priorizar a los niños y sus necesidades académicas pero también afectivas. Quizás entonces la fórmula que tanto estamos buscando por fin se haga ver y ocurra el milagro. 


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